LA VIRGEN DEL TOMATE
Este mirador grandioso Qué es la ciudad de Quito, con calles que trepan; con caminos llenos de gozo y luz bruñidos por un sol en eterna fiesta y alrededores de pomposo verdor hinchados de viento serrano; esta ciudad de frescores matutinos y noches apacibles y estrellas, estuvo dividida cuál enorme huerto, en parcelas espirituales, que se llamaron, y se llaman aun, "barrios".
El
grupo sanroqueño estaba compuesto de bravucones, fiesteros, feroces jugadores
de los carnavales de agua, huevos y anilinas. Notable fue San Roque por la
Revolución de las Alcabalas, capitaneada por el célebre vecino de San Roque Don
Alonso Bellido. Hizoles pendencieros, valientes y unidos entre sí, en propia
defensa, su cercanía al Aguarico, Canteras y Presidio.
Enamora
su Dios y a su Rey, manifestado en múltiples fiestas y procesiones en cada año
del Señor, distinguió a los barrios de San Sebastián. Contrincantes con los
sanroqueños en sus luchas carnavalescas y populacheras, donde, amén del agua y
otras cosas no tan limpias como ella, salían a relucir piedras y palos. Dicen
las lenguas, que no las crónicas, que siempre fueron los sebastianos vencidos por
los sanroqueños.
Paz
y tranquilidad fue el distintivo del barrio de San Marcos. Congreganrose allí
los mejores artesanos quiteños y vivieron sin pena ni gozo apartados de la vocinglería
de los otros barrios.
Encendidas
en rizada cristalería, las flores y las frutas adornaron siempre al populoso
San Blas. En sus tiendas y zaguanes tentaron el apetito del pueblo los chanchos
ahornados, las frituras y Las mil golosinas de la cocina Quiteña. Sus vecinos
fueron siempre curiosos y los primeros en presentarse en cualquier algazara o
motín.
Refugio
de caballeros de capa y espada, con amarillentos pergaminos guardados en el
fondo de un arcón y con escudos nobiliarios archivados en el desván por el
barrio de Santa Bárbara, situada en las cercanías de la Plaza Mayor. Allí vivieron señorones que en nostalgia de grandeza
decían: "Este dormitorio que yo ocupo fue del Marqués de San José. Aquí
vivió el Ministro Francés, Conde de la Franchieur. En ese balcón vieron mis
padres asomada a la Marquesa de Selva Alegre. Parientes y amigos de La Marquesa
de Solanda vivieron en esa casa de la esquina". Está y otras parecidas
frases se oían con frecuencia en los labios de los viejos habitantes del
aristocrático "barrio" de Santa Bárbara.
Ha
sido necesario el progreso con sus democráticos buses, el constante trajinar de
plebeyos peatones y la instalación en sus calles de almacenes, zapaterías y
toda clase de tiendas, a que hayan escapado, para ya nunca más volver, las
sombras de tantos aristócratas que, siglo pasado, salían de sus cerradas
mansiones y se deslizaban por las calles de Santa Bárbara con añoranzas de perdido
esplendor cuál parisinos por su "boulevard Saint Germain".
Coronando
la cuesta de esta distinguida y noble calle, encima de tanto señorío, se divisa
San Juan; sitio pintoresco de bella visión panorámica; habitado fue por
campesinos sin soberbia, en su mayoría albañiles, siendo está la causa para que
sus calles quedaron desiertas durante el día. Estaba escasamente poblado y solo
los días de fiesta davale animación a sus callejas la policromía de sus indios
borrachos.
Destacóse
en épocas pasadas el Belén por sus famosas casas de recreo dónde se jugaba al
"sapo" y al "Cachito". En sus pintorescas casitas ser daban
citas enamorados, tarambanas y farristas, y al son de guitarras y besos
saboreaban la fresca y sabrosa "chicha", clásico
"treintaiuno" y las célebres "tortillas" quiteñas. La
cercanía a la "picota" jamás puso tristeza a sus alegres vecinos.
"Barrio" de las guapas de "medio pelo" y virtud menos que media fue el de la Chilena. Este barrio y la calle de la Ronda se hicieron notables porque allí se refugiaban malandrines, tahúres, tenorios y serenateros; en sus casas se congregaba toda la inocedad de la ciudad, ávida de placer y de aventuras. "La corte de los Milagros" quiteña fue esta calle de la Ronda que debe su nombre a sus muchos escándalos que obligaron a las autoridades a vigilar de cerca está hondonada urbana instalando en ella un cuartel de "Rondas" y "Serenos".
En
las faldas del Itchimbia empezaba a bosquejarse un "barrio"; La Tola,
llamado así porque en su cercana meseta estuvieron las "tolas" o
tumbas de los incas. En sus comienzos como sitio de plebe camorrista e indios
"guaraperos" Antaño "ser de la Tola" era sentar nota de
menos valer, pues en dicho "barrio" solo había pobres casuchas de
indios e inmundas "guaraperías".
Hermoso
arco de arquitectura española, tal vez copiado de los muchos que existen en
Toledo en este de la Iglesia de Santo Domingo y qué sirve de puerta a un
"barrio" independizándolo del resto de la ciudad. Su calle principal,
recta y prolongada, queda a mayor altura que las pequeñas laterales que se
bifurcan como las raíces de un tronco. A causa de esta topografía que la
divide, fue llamado este barrio Loma Grande y Loma Chica. Su terminación en una
plazoleta redonda que le asimila una cuchara diole el nombre de "Cuchara
Mama".
Huerto
de hermosas mujeres que cuál frescas y sabrosas frutas se ostentaban en puertas
y balcones fue el barrio de la "Loma Grande". Su larga y anchurosa
calle tendida a cordel, donde el aire es quieto, el sol se enciende en caricias
y las brisas de sus madrugadas y atardeceres es suave y ligera; allí, en esa
calle escondida con el perpetuo centinela de un bello arco que la aparta y la
defiende, en esa vía sumisa, en una paz aldeana, vivieron y murieron muchas
lindas mujeres que dejaron el sabor de sus romances en el recuerdo quiteño.
Florece en tiempos antiguos en el barrio de "La Loma Grande". Brígida de los Dolores Santillana, muchacha en plenitud de esperanza y ansiosa de vivir en carne y espíritu. Sueña en poemas y su juventud se desliza en la espera de las alburas que algún día ceñirá a su cuerpo para ir al encuentro del esposo que, principio de su ser, le espera. La ardiente quiteña tiene su morada al final de la calle de la Loma a pocos pasos de la "Mama Cuchara". Formando esquina en el lado izquierdo de la placeta, se veía, entonces, una tapia que ocupaba toda la manzana. Olores de huerto y jardín se escapaban a través de sus muros. Flores silvestres, acaso desdeñadas crecían humildes y felices sobre la vetustez de sus paredes, y árboles y arbustos que envían sus melenas hacia la calle. Un ancho portón de tablas mal unidas había en la tapia que daba a la vía principal; por sus rendijas se divisaba el fondo la casa de un solo piso, que tenía el pintoresco aspecto de una quinta, toda ella cubierta de madreselvas; sus paredes estaban decoradas con paisajes y figuras mitológicas.
Brígida
de los Dolores Se pasaba las horas muertas asomada sobre las tapias o
encaramada en las copas de los árboles; oteando siempre a la calle en la espera
de una emoción. Popular se hizo su figura para la muchachada quiteña,
especialmente para los estudiantes, cuyo más deseado pasatiempo era ir a la
Loma a contemplar a la bellísima Brígida. Acostumbrada la quinceañera
balancearse en las ramas de un árbol de tomates; pero que todavía daba frutos
rojos, sabrosos y abundantes.
¡Qué
hermosa se la veía Brígida bajo el sol bermejo de la tarde!... Con el rostro al
viento, con deseos de ser llevada en sus alas, de envolverse en su remolino y
perderse con el allá, muy lejos, en aquellas azules montañas que desde lo alto
de su árbol contemplaba. Ella miraba extasiada las matas de manzanilla,
santamarías, lancetillas y nomeolvides qué nacían en las grietas de la tapias y
descoyuntaba sus tallos y mordía sus flores que arrojaba la calle desierta. El
árbol zarandeado por el viento mueve en rítmico sube y baja la glacial figura
de Brígida y pone al descubierto el encanto de las bien formadas piernas, entre
blanquísimos encajes que son nubes desprendidas de los cielos.
Y
es que Brígida de los Dolores es una doncella de rarísima hermosura, de
suavísimo encantó de madona, cincelada por la naturaleza en armonía de formas y
colores, de pelo renegrido y retorcido que ondula a la brisa como pendón
voluptuoso. En sus grandes ojos hay el añil de los mares, y en ella se obro el
milagro de la completa belleza. Pero si algo hay en ella que pudiera superar a
esta armonía, son dos piernas que, de tan bellas, largas y perfectas, parecían
escapadas del taller de un gran artista. Sabíalo esto de memoria Brígida y por
ello usaba medias de color de cielo y chapines de raso negro bordados en hilo
de oro. Todo esto teñido con la moda entonces; cuando las mujeres solo usaban
medias negras, y los vestidos con cuatro dedos sobre el suelo que no dejaban
asomar ni el dedo gordo del pie. Era la época en que nació aquella canción que
decía.
¡Ay!
que me da no sé qué.
Cuando
te miro... Juana.
la punta del pie...
Pero
Brígida diose modos para vestir sus lindas piernas con pétalos de rosas, y cómo
está tan bella prenda no era posible hallarla en el comercio de Quito, pedialas
a una pariente que vivía en París y está Le enviaba con harta frecuencia, de
las medias que tenía en su "trousseau" la bailarina de un café
cantante. Con mucho escándalo de nuestra austera ciudad, Brígida lucía sus
piernas y sus medias a diario; subida en el árbol y mecida por el viento y por
su inquietud, sus mordidas piernas quedaban como una promesa a la vista a la
vista de sus muchos adoradores que tarde a tarde concurrían a gustar, de tan
sabroso espectáculo. De tal manera que las piernas, las medias y las ligas de
Brígida eran más conocidas en Quito que los faroles de la Plaza Grande.
Adolecía
Brígida, amén de la coquetería, de aficiones literarias y por ello siempre se
la vio con un libro o con un cuaderno y lápiz en las manos. Recitaba versos o
escribía y leía sus impresiones encaramada en el árbol, coreada por el canto de
los pájaros y por la brisa que susurraba entre los ramajes y en los encajes de
sus enaguas.
Su
padre, don Gervasio Santillana, solía decirle:
-
No creo, hija mía, que un libro, cuaderno o lápiz sean buenos aperos de pesca;
me parece que debías llevar al árbol, hilo, aguja y dedal, o, por lo menos, un
perol o cacerola, pues, así, con papel y
lápiz nunca morderá el anzuelo un marido, porque a ningún hombre le gusta mujer
literata, ya que es oficio de ociosa y, si por casualidad te cayera un hombre, tiene
que ser un tonto de capirote.
-Tonto
es lo que quiero -contestaba la doncella-, dos inteligencias iguales chocarían.
Opino que mi felicidad está en ser admirada y poder hacer de mi marido cera y
pabilo y, para esto, necesito un tontarrón, naturalmente...
La
madre de Brígida se lamentaba por la locura de su hija de vivir como los
pájaros meciéndose en una rama y puesta aquellas medias diseñadas para el
demonio. Todas las tardes le hacía las mismas preguntas:
- ¿Ya te vas al árbol? No te da vergüenza enseñar las piernas? ¿No temes que te confundan con una loca?
-No, mamita; para que no me creas loca me visto de blanco, y no enseño las piernas, como su merced cree: lo que muestro son las medias que me llegan de París.
Grandes
alborotos se armaban en la placeta de la "Mama Cuchara". Por las
noches los serenateros terminaban rompiendo las guitarras en sus cabezas y
sacándose, a puño limpio, sangre de las narices. Todo ello por rivalidades en
el amor de Brígida y el de su galán, en la tapia, al pie del árbol de tomate. Obligatorio
era para los estudiantes quiteños ir, terminas las clases de la tarde, a la
Loma Grande. Entonces Brígida iniciaba sonrisas primero, diálogos, después con
los galanteadores que se complacían en mirarla y oírla.
La
deslumbradora belleza de la muchacha era una trompeta de llamada para los
quiteños que en sentimental romería acudían a dar paseos cabe la tapia en dónde
hacía sus apariciones la célebre Brígida de los Dolores.
Pero
Doña Natividad, madre de la chica, si bien estaba satisfecha en su vanidad por
esta admiración hacia su hija, no por eso dejaba de preocuparle la extremada
coquetería de aquella, a lo que a diario amonestaba y le decía:
-Bien
sabes, Brígida, que el hombre es fuego, y la mujer, estopa y si tantos se te
acercan, cualquier día hará el diablo que ardas y entonces... mejor me lo
callo....
-Soy
mariposa de jardín -contestaba ella-; me atraen el perfume y los colores de las
flores: jamás seré mariposilla estúpida; de aquellas que pierden sus alas en la
llama de una vela de sebo.
-Sí
muy bien Hasta que te guste el jardín y que ames a los árboles, pero es un espectáculo reñido con la moral y
las buenas costumbres, y, especialmente falto de dignidad que una señorita debe
tener, el estar toda la tarde subida en un árbol y con un cuaderno en la mano A
tu padre le disgusta, especialmente lo último, pues ello te está dando fama de
ociosa en la vecindad. Ya te he dicho que, con esta forma de exponerte al
público, no encontraras un buen marido. Todos los buenos autores de libros han
ridiculizado a la mujer literata y por eso existen dichos como estos:
"mujer literata es una patarata, y la que sabe latín tiene mal fin".
Con que déjate de hacer versos y siéntate a coser a mi lado, para que un día no
te pase lo que a la "poetisa" del cuento.
-¿Qué
le pasó la pobrecita?
-
Te lo diré en verso: quizás así lo escuches, ya que eres sorda para mí prosa.
A
Pepa la literata,
pidió
su esposo Agustín
que
le pusiera un remedio
en
un viejo calcetín.
Más
la pobre que en su vida
se
vio en semejante trance,
en
vez de talón postizo
le
resultó un buen romance.
¿Qué
te parece, Brígida? ¿No crees que es está una buena lección para que las que se
dicen de literatas?
-¡Que
va! A mí el tal epigrama me ha hecho pensar en un prestidigitador que mete
papeles en la copa de un sombrero y luego los convierte, con su magia, en un
blanco y bellísimo conejillo. ¡Que maravillosa es la poesía!... Me parece que
los esposos ganaron en el cambio, pues siempre valdrá más un romance, aunque
sea malo, que un calcetín remendado. Hasta luego mamacita me voy a mi árbol de
tomate.
Doña
Natividad se llevó las manos a la cabeza y exclamó:
-¡Dios
mío! He predicado en el desierto...
Aquella
tarde cuando los estudiantes, a quiénes traían bobos los encantos de Brígida,
se reunieron al pie de su árbol, esta, qué, ese día estrenaba una riquísimas
medias venidas de París y preciosas ligas color del firmamento, habloles en
estás muy categóricas palabras, después, naturalmente, de hacer la obligada
exhibición de lo llegado de París. Las categóricas palabras fueron:
-A
todos mis admiradores, todos estos guapos e inteligentes muchachos que están a
mis pies lo someto a un concurso poético. No habrá más jurado que mi opinión, y
el premio será Brígida de los Dolores Santillana!...
-¿Cuál
es el tema? -interrogaron en voces altas los estudiantes.
Un
verso, de las formas literarias que existen; pero que haga alusión a mi persona
y a este mi árbol querido desde donde yo hablo. El concurso se cerrara después
de tres días. Los trabajos serán enviados por medio de una piedrecilla en la
cual irá envuelto el verso yo los recibiré en mis manos; el que errare la
puntería quedara fuera del concurso.
Unos
alegres, y otros mohínos, fueronse los estudiantes en búsqueda de Las musas;
pero como no todos los mortales pueden abrir las puertas del Parnaso, hete aquí
que la mayoría se halló en un serio conflicto y andaban cabizbajos los
mozuelos, como si pretendieran encontrar rimas en las desiguales piedras de las
calles de Quito. No poco se vieron en el caso de mandar a confeccionar sonetos,
odas y romances, en la esperanza de alcanzar tan hermoso y deseado galardón. De
tal manera que los poetas quiteños estaban ocupadísimos, sea como concursantes
o fabricantes de versos a destajo. El poeta popular Luis Rañon tuvo que poner
una mesa en el patio; sobre ella blanqueaba un legajo de cuartillas y negreaba
un inmenso tintero, dos canuteros y el recipiente con arenilla. Más de veinte
mozalbetes esperaban su turno. El poeta Rañon entregaba a cada cual un soneto,
con la majestad de un catedrático que reparte diplomas a sus alumnos. Los
jóvenes salían alegres a la calle y comparaban entre sí los papeles a ver cuál
tuvo más suerte y se le había tocado el verso más bello.
Cumplido
que fue el plazo, los estudiantes llenos de impaciencia esperaban la aparición
de Brígida en el árbol. Muchos de ellos no llevaban el poema envuelto en una
piedracilla, cómo era la consigna; lo habían atado a un ramillete de flores, a
una cajita de bombones, a algún otro obsequio o joya de más o menos valor.
Al
final asomo la cabeza de Brígida por encima del muro e inmediatamente subieron
al árbol sus bellísimas piernas en un remolino de sedas y encajes. Entre los
concursantes que estáticos quedaron a la vista de Brígida, estaban los
talentosos estudiantes: Miguel Alvarado, Juan de León, Suárez, Borja, Manuel de
la Guerra y Antonio Fraga.
Dio
comienzo el lanzamiento de poesías. Algunos tuvieron la desgracia de caer sobre
la tapia; otras, huerto o en la calle. La afortunadas que llegaron a las
adorables manos de Brígida eran colocadas en su regazo. Cuando ya todos los
muchachos lanzaron sus trabajos, Brígida, juez y premio del certamen, desdoblo
los papeles e iba leyendo en voz alta el contenido de ellos. A cada papelucho
hacia un mohín y decía:
-
¡Porquería! No tiene ideas: no se le ocurre más que compararme como un pájaro,
una flor, una nube, un ángel y nada dicen de mi querido árbol. No niego que
algunos tienen buenos aciertos poéticos; pero no cumplen con mi gusto ni mi
deseo. ¡Tonterías!...
La
calle se iba llenando de papeles estrujados que con desprecio los arrojaba
Brígida. En los rostros de los estudiantes se veía la decepción o la cólera que
les producía el veredicto de la muchacha. Tan solo queda ya una tira de papel
arrollada en una rústica piedrecilla.
-Vamos
a ver -dijo Brígida- si en este humilde terroncito que viene a mis manos sin ninguna
pretensión, está encerrado el triunfo de un guapo mozo.
No
leyó en voz alta; pero a medida que sus ojos recorrían el papel una sonrisa
iluminó su rostro, que terminó en una escandalosa carcajada, y grito:
-¡Virgen
del Tomate!... los versos son detestables; pero el hombre que me lo da ha sido
de mi gustó y me basta. Se ha hecho acreedor al premio Antonio Fraga y puede
subir al árbol a recogerlo.
Una
protesta general acompañó a estas palabras. Ramón Borja se colocó al pie del
árbol y habló:
-Debo
aclarar en primer término que los versos de Fraga no son de él. Es un soneto
vulgar hecho por el poeta popular Luis Rañón, al cual pago un real. Como no
pudo darle la peseta que los demás pagaron porque Fraga es más pobre que la
rata de Sanmartín, Rañón le dio un soneto, el más barato y, y por consiguiente,
el más malo. Además pedimos que sea leído en voz alta para que todos se den
cuenta de la injusticia.
-He dicho que me gusta el soneto y, basta... Yo soy el jurado. Que se presente Antonio Fraga; quiero conocerlo. El soneto lo leeré cuando el ganador suba a la tapia.
Un hermoso joven de blondos y ondulantes cabellos que repulgian al sol de la tarde adelanto sus pasos hacia la tapia. La "Virgen del Tomate" lo vio y quedosé en un momento sería. Sus ojos verdes brillaron como los de una gata y toda ella tuvo un temblor felino, como en acecho de codiciada presa.
-Apolo
se ha dignado participar en este certamen -dijo-. Era natural que triunfará.
Brígida
arrojó la extremidad de una cuerda cuya otra punta estaba liada al árbol.
Antonio Fraga ágilmente trepó hasta el muro, llegó junto a la joven y depósito
un beso en la blanca mano que se extendía para prestarle apoyo.
Entonces
la doncella leyó en voz alta, pero temblorosa de emoción, el siguiente soneto.
Te
dio Venus mil favores,
Brígida
de los Dolores;
te
dio perlas en tu boca de corrales
y
unas piernas imperiales
¡Oh,
mi Virgen del Tomate!...
Todo
ello es mucho acicate
a
quién desde abajo mira,
dulce
encantó que se admira
sobre
un árbol de tomate.
Quiera
el cielo que no mate
de
amor a incautos galanes
que
sufren tantos afanes
y
están locos de remate
por la Virgen del Tomate.
Y
sin oír los comentarios desfavorables que de la calle venían, Fraga y su
"premio" descendieron del árbol y se perdieron en la frondosidad del
huerto.
Ya
la luna plateaba la calle de La Loma Grande cuando los estudiantes cansados de
esperar el retorno de Fraga, sea por la tapia o por la puerta, se dieron cuenta
de que Fraga, tal vez, había caído en una trampa tendida por la Virgen del
Tomate.
-Creo
que no veremos más Antonio -dijo Manuel de la Guerra-. Esa mujer es capaz de
asesinar a Fraga.
-Rieron
los demás de la ingenuidad de Manuel; y Justo Suárez, comentó irónico:
-Lo
que está pasando en estos momentos fácilmente se comprende, ya saldrá del dulce
cautiverio el afortunado mancebo. Pero lo que sí me parece conveniente es no
llamar ya más a Brígida con el sugestivo mote de "Virgen del Tomate",
porque...
-Ah
sí... respondió Juan de León. Pero no quedaría mal que desde este instante le
llamemos, "Nuestra Señora del Tomate"...
Y
riendo a carcajadas y cantando coplas picarescas, se alejaron por la calle de
la Loma, en dirección a la plaza de Santo Domingo.
Estos fueron, seguramente, los primeros "Juegos Florales" que se celebraron en nuestra romántica Quito, en los que tomaron parte los estudiantes de la Universidad de Santo Tomás de Aquino y se ganó la "Flor Natural" el estudiante de jurisprudencia Antonio Fraga con un soneto del autor de los periódicos satíricos "El Diagoras" y "la Onza Africana". Luis Rañon, célebre zapatero, no por confeccionador de calzado de primera, sino por haber puesto en rima muchos sucesos de su época y ridiculizado a personajes y costumbres de aquellos buenos y tranquilos tiempos empleando, a veces, expresiones soeces, fue un mal imitador y plagiador de Francisco de Quevedo y Villegas.
Ausentose
por algún tiempo del árbol la Virgen del Tomate, con gran disgusto y ansiedad
de sus amigos los estudiantes. Antonio Fraga desapareció misteriosamente de las
aulas y calles. Pero una hermosa tarde de mayo Brígida hizo nuevamente su
aparición en el árbol de tomate. Entonces Miguel Alvarado comento:
-Paliducha
nos devuelven a "Nuestra Señora del Tomate". Su sonrisa se ha tornado
melancólica, y no fue posible contemplar a satisfacción sus medias color de
rosa y sus ligas color de cielo...
-Más
parece una "Mater Dolorosa", opino Manuel de la Guerra.
-Voy
a consolarla -dijo- Juan Borja que se acercó a la tapia
Más
Brígida contesto con monosílabos a los galanteos de Borja, y siguió escribiendo
en un cuadernillo; indiferente a la belleza de la tarde y a las palabras de la
alegre muchachada que se hallaba a sus pies.
En
la iglesia de Santo Domingo se celebraba con gran pompa el mes de María que era
concurridísimo por la crema quiteña: Brígida y su madre no podían faltar a
estás piadosas ceremonias, de tal manera que, a las cinco de la tarde, la
"Virgen del Tomate" descendía de su árbol y se encaminaba a Santo
Domingo en compañía de Doña Natividad. Siempre iba seguida por un grupo de
estudiantes enamorados que caminaban en pos de ella en la esperanza de una
mirada, una sonrisa o la contemplación de sus chapines bordados en oro y sus
medias color de rosa.
Finalizaba
el mes de mayo. Brígida y su madre salieron por el amplio portón de la quinta y
se encaminaron hacia el templo de Santo Domingo. A poca distancia, Brígida se
detuvo y dijo a doña Natividad:
-Me
olvidado el libro y el rosario, vuelvo enseguida.
Y cuando la chica, que iba a pasos ligeros, llegaba al portón de su casa la madre le gritó: El libro y el rosario están sobre la urna del niño Dios. Ven pronto. Te espero en la capilla de la Virgen del Rosario, en la segunda banca de mano izquierda.
Brígida
de los Dolores entró a su casa y jamás se volvió a saber de ella. Nadie pudo
averiguar lo que pasó aquella tarde en esa apartada casa de campo del barrio de
La Loma. Su madre no se inquietó cuándo Brígida no volvió a la iglesia; pero sí
fue grande su alarma cuando reunida la familia para la cena, su hija no se
presentó en el comedor. El padre acompañado de los sirvientes con sendos
faroles y gritando el nombre querido de Brígida, recorrían calles, plazas y alrededores de la
casa. Alumbro el sol y la "Virgen del Tomate" no parecía por ninguna
parte. Pasaron los días, y a pesar de la intensa búsqueda de la Policía y de
cuántas personas se interesaban por la hermosa chiquilla, no fue posible dar
con ella. No hay para que decir que los estudiantes nos cesaban un instante en
su tarea de descubrir el paradero de la encantadora "Virgen del
Tomate".
Cansaronse
al fin, de tan inútil trajín e imaginándose todos que la doncella, tal vez, se
había escapado con un amante y que esté podía ser Antonio Fraga, que también
desapareció a raíz del certamen poético, fue, poco a poco cayendo en el olvido
e indiferencia el extraño suceso de la "Virgen del Tomate". Más un
buen día Antonio Fraga hizo una entrada muy tranquila en los claustros
universitarios. Acosaronle a preguntas sus compañeros y respondió.
-A
la famosa niña, a quien apodamos "La Virgen del Tomate", no la he
visto desde la tarde en que me la llevé como trofeo por los huertos de su casa.
Fui estafado por el "jurado", pues solo se me dio unos pocos besos
por el soneto; es decir, que en vez de "medalla de oro" recibí
"mención honorífica". Acosado por el despecho y, al mismo tiempo,
avergonzado ante ustedes que se podían dar cuenta de mi derrota, me bote por la
parte trasera de la tapia y me fui a "rumiar" mi pena en Pifo, en la
hacienda de unos amigos. De allí vengo. ¿Qué pasó con la chiquilla?
-Desapareció
misteriosamente.
-¡Válgame
Dios! ¿Quién nos la robo?...
-Nadie lo sabe. Dicen que Satanás también se enamoró de ella y que se la ha llevado a los infiernos.
Pero una mañana fue sacudida Quito de una intensa emoción curioso y conmovido el pueblo, en dirección a la quebrada del Censo donde varios niños que jugaban en un bosque cercano habían encontrado, separadas del cuerpo, unas piernas de mujer. Eran muy hermosas las piernas y conservaban puestas finísimas medias de color de cielo y chapines de raso negro bordados de oro.
-¡Las
piernas de la "Virgen del Tomate!"... Exclamaron la mayoría de los
asistentes al macabro hallazgo, entre los que se encontraban muchos
estudiantes, para quienes eran aquellas piernas tan conocidas como la fachada
de la Catedral.
¿Quién
asesinó a la "Virgen del Tomate"?... Misterio...¿Dónde oculto el
asesino el resto de su cuerpo? Otro misterio que jamás fue descifrado. Toda
búsqueda resultó inútil. La justicia no hallo el más pequeño indicio que la
pusiera sobre la pista del crimen; ni ella ni sus familiares descubrieron nunca
el móvil de tan espantoso asesinato, ni el porqué de encontrarse tan distantes
de su casa aquellos miembros de la hermosa muchacha, cuyo triste destino ha
pasado a la tradición con el sugestivo nombre de la "Virgen del
Tomate". Entre aspavientos de dolor y comentarios de toda clase de parte
de amigos, estudiantes y curiosos, las célebres piernas de Brígida de los
Dolores fueron depositadas en un pequeño féretro blanco y en sentimental
desfile fueron llevadas, primero al Cuartel de Policía, a dejar constancia
escrita del hallazgo, y después a la casa de la familia Santillana donde le
rindieron honores fúnebres, cuál si la "Virgen del Tomate" se hallara
metida en aquel cajón entera y completa.
Al día siguiente fue la inhumación; pero por faltar lo más noble en aquellos restos, que son la cabeza y el corazón, no fue posible honrarle con funerales en un templo. Contentándose los estudiantes con una procesión fúnebre hacia el cementerio que le hicieron a las ocho de la noche; portando todos faroles liados a un palo y coronas de flores y de papel picado. Cuatro estudiantes de jurisprudencia de la Universidad de Santo Tomás llevaban sobre sus hombros lo que el desconocido asesino devolvió de la hermosa Brígida.
A los pocos días de este tan célebre y original traslado, lucio en el nicho, dónde estaban sepultadas las piernas con medias de color de rosa, ligas de color de cielo y chapines de seda y oro, el siguiente epitafio, que, seguramente, fue escrito por algún estudiante discípulo de Rañón. En negras letras decía:
Aquí
yacen extendidas,
cubiertas
de medias rosa,
y
por gusanos roídas,
las
dos piernas primorosas
de
una joven muy amada
qué murió descuartizada.
Al
fin, ocultas y quietas,
ya
no corren aventuras
las
bellas piernas inquietas
de
la "Virgen del Tomate",
qué
ostentoso galanura
sobre
un árbol del tomate.
FUENTE
- Historias, leyendas y tradiciones ecuatorianas de Laura Pérez de Oleas, Quito Casa de la Cultura Ecuatoriana 1962. Recopilado por Edgar Freire Rubio en Quito Tradiciones, testimonio y nostalgia volumen 3.
Felicitaciones por tan hermosa recopilación. Admiro mucho a Doña Laura Pérez de Oleas Zambrano. Hace muchos años di por casualidad con su libro "Sangre en las manos" y quedé cautivada. Desde entonces amo la lectura. Mil gracias
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